“Todo arte es ambiguo, porque el arte se hace para que tu interpretes lo que tienes en el cerebro, lo que tu seas capaz de ver. Pero el artista tiene el código y la libertad de hacer lo que piensa, siente y como debe y al que no le guste que se ponga un saco. Pero en aquellos tiempos no, no podías salir a exponer tu obra a Francia ni a Japón. Iba un especialista con tu obra a vacilar el hotel con tu obra. Pero que cambio. Como cambian los tiempos”.
“Yo no trabajo para que me den publicidad. Yo trabajo porque tengo una necesidad espiritual de hacer las cosas, por eso lo hago, no para que me entrevisten, ni para premios. Yo trabajo para yo sentirme bien con lo que hago y lo que tengo en la mente. Dice, no, pero usted es un artista. No, yo no soy un artista, no me creo un artista. Yo me creo un hombre de mucha voluntad, capaz de hacer en cada momento de mi vida lo que hago”.
“Y ahí comienzo a hacer, una metamorfosis en mi trabajo. Pero cuando pasan seis meses, de yo estar en aquello locura, ya en el ranchito [casa] de mi mamá, no cabían las cosas que yo tenía. Eso era una producción continua y rápida. Entonces, yo cogía y le llenaba el pasillo a mi mamá con los muñecos y cuando venía una visita tenía que tirarlos para el jardín, para que la gente se sentara. Hay veces que le llenaba las camas a mamá, que no podía acostarse a descansar, porque también se fue multiplicando la familia”.
“Mi papá era una bestia. Mi papá era alcohólico y loco y fue lo único que yo heredé de mi papá: el valor y los cojones que tenía y la voluntad. El alcohol no, yo no tomo alcohol. Cuando hay que tomar alcohol tomo, pero yo no, soy alérgico, porque dije que no podía ser como él. De los antepasados se hereda lo bueno, pero no lo malo. Me cogió como cebo para que mi mamá lo siguiera. Me llevó para un lugar donde viven unos tíos míos, que le dicen el Jardín de monte Ruz, por allá por donde Raúl tenía la comandancia y me metí debajo de una mata de guao [planta endémica de Cuba]. El guao es una planta tóxica, que su olor, vas lejos de ella y te hincha”.
Yo no trabajo para llenarme de vanidad. La palabra mía son los hechos.
Ramón Moya Hernández, nace en San Luis de Potosí, provincia Guantánamo, el 31 de agosto de 1948. Desde pequeño sufrió lo que era vivir en una familia desestructurada, ya que el padre era alcohólico y la madre ama de casa. Siempre le gustó estar en contacto con la naturaleza, por lo que realizaba, desde pequeño, labores propias de un campesino cubano, como sembrar, recoger leña, pastorear, entre otras. Formó parte de la Columna juvenil técnica agropecuaria, algo parecido a las Unidades Militares de Ayuda a la Producción, UMAP y también integró las filas de la Columna juvenil del Centenario, enviándolo a Bayamo a sembrar caña de azúcar. Debido a su hiperactividad, pasión por el arte, y la manera tan singular de demostrar este, muchas personas creen, a día de hoy, que Ramón presenta problemas psiquiátricos. Ramón, ha sido galardonado en disímiles salones de arte, tanto cubano, como extranjeros. Actualmente reside en Guantánamo, Cuba, lugar que le vio nacer y desarrollar su arte tan singular.
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