Následující text není historickou studií. Jedná se o převyprávění pamětníkových životních osudů na základě jeho vzpomínek zaznamenaných v rozhovoru. Vyprávění zpracovali externí spolupracovníci Paměti národa. V některých případech jsou při zpracování medailonu využity materiály zpřístupněné Archivem bezpečnostních složek (ABS), Státními okresními archivy (SOA), Národním archivem (NA), či jinými institucemi. Užíváme je pouze jako doplněk pamětníkova svědectví. Citované strany svazků jsou uloženy v sekci Dodatečné materiály.

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Rolando Rodríguez Lobaina (* 1969)

• nacido el 3 de mayo 1969 en la ciudad de Baracoa en Cuba, en una familia con siete hijos

• en 1987, comenzó a estudiar informática en la Universidad de La Habana

• tras graduarse, trabajó como ingeniero en una fábrica de producción de aluminio

• en 1994, intentó escapar de Cuba junto con otras cinco personas, pero fueron capturados

• en 1996, fue encarcelado durante seis años por gritar „¡Abajo Fidel!“

• al salir de prisión, se involucró activamente en el movimiento disidente

• en 2006, fue arrestado nuevamente, pero una ola de protestas logró su liberación tras un mes

• continuó con sus protestas contra el régimen, fue arrestado constantemente y tuvo que esconderse

• en 2010, sufrió un acto de repudio organizado por la Seguridad del Estado

• en 2011, gran parte de su familia fue obligada a abandonar Cuba

• reside en Cuba y sigue activo en su lucha

*** Český příběh následuje po španělském originále ***

Infancia en Baracoa

Rolando tenía diez años y creció en la ciudad más oriental de Cuba, Baracoa. Casi no tenía juguetes. Si su madre lograba ahorrar algo de dinero, solo podía comprarle los peores, porque los juguetes se distribuían según un sistema especial. El régimen de Fidel Castro asignaba a las familias boletos para juguetes una vez al año, y la compra se realizaba en cuatro rondas. Las familias asignadas al primer día podían elegir entre los mejores, mientras que la familia de Rolando solo podía comprar el último día. Pero en su infancia había algo mucho más importante. „Los recuerdos más bonitos de aquella época son de mi madre. Cuando volvía de la escuela, íbamos juntos a la playa. Eso era lo más hermoso“, cuenta Rolando Rodríguez Lobaina.

Pérdida de ilusiones

Rolando creció con siete hermanos. Cuando tenía un año, sus padres se divorciaron y él se quedó con su madre. Su infancia fue pobre, pero la playa y el amor materno le bastaban para ser feliz. Todo cambió cuando, en la adolescencia, se mudó con su padre. Vivir con él significaba una disciplina estricta. Junto a su hermano mayor, tenía que lavar la ropa, planchar, limpiar y cocinar, si es que había algo para preparar.

Tras la caída del bloque del Este, la economía cubana colapsó y el país se sumió en el hambre. Su padre y su hermano mayor no ocultaban su odio hacia el régimen comunista, mientras que el joven Rolando todavía creía en la salvación que llegaría desde la Unión Soviética. En casa se libraban encendidos debates. “A veces mi padre tenía que ponerles fin: ‘¡Basta, no hablaremos más de política!’ Siempre respeté mucho a mi familia. Y aunque no siempre me entendía con mi hermano, nos queríamos mucho”, recuerda Rolando.

En 1987, comenzó a estudiar informática en la Universidad de La Habana. Fue allí donde su visión del mundo cambió por completo. Por primera vez, comprendió que el régimen en el que había creído y que daba por sentado era una gran mentira, lleno de hipocresía. “Llegué a la universidad desde las montañas, desde el campo, y era extremadamente pobre. No tenía ropa adecuada para asistir a clases ni un abrigo. Mis años universitarios fueron un gran desafío. Mi objetivo era graduarme y salir adelante para poder ayudar a mi familia”, relató a los documentalistas de Post Bellum, que en mayo de 2017 grababan en Miami los testimonios de disidentes cubanos. “Pero entre los estudiantes reinaba la falsedad. Competían entre sí, se traicionaban unos a otros, y todos eran miembros del Partido Comunista. En las reuniones se lanzaban acusaciones: ‘¡Tú no has trabajado suficientes horas en la brigada!’. Era una lucha sucia por ascender y conseguir mejores posiciones. Me daba náuseas”, cuenta Rolando.

Mientras tanto, su hermano fue encarcelado. Sin juicio, sin cargos. Tres meses de tortura. Cuando salió, tuvo que ser hospitalizado de inmediato. Para Rolando, ese fue el punto de quiebre. Ya no tenía dudas: había que luchar contra el régimen.

No es fácil resumir su testimonio en un solo texto. Por eso, elijo partes del relato del disidente cubano Rolando Rodríguez Lobaina sobre la violencia que sufrió. La violencia en las cárceles. La violencia en las calles. La violencia que el pueblo cubano, maltratado y humillado, se infligía a sí mismo dentro de sus propias familias y en la vida cotidiana.

La gente caía de hambre en las calles

Tras graduarse en 1992, Rolando consiguió trabajo en una fábrica de aluminio en Santiago de las Vegas. No había ninguna perspectiva de futuro. La economía cubana estaba en ruinas, el hambre azotaba el país y su salario quincenal era de apenas 99 pesos, menos de un dólar. “Y la fábrica estaba dirigida por un general retirado”, recuerda. “Comprendí que estaba perdiendo el tiempo. Junto con algunos amigos que también se habían graduado y trabajaban en otras empresas, decidimos salir del país de manera ilegal.”

Un compañero de la fábrica lo ayudó a construir una rudimentaria embarcación con espuma de poliestireno, aluminio y madera. Era resistente, y el 1 de junio de 1994, Rolando y sus amigos se hicieron a la mar. Cuatro ingenieros y un estudiante de química.

“La patrulla nos interceptó y nos detuvo. Nos llevaron a la base naval en Jaimanitas, donde nos retuvieron una semana. Luego nos presentaron cargos, pero nos dejaron en libertad a la espera del juicio. Yo ya estaba desempleado, había renunciado a mi trabajo. Mi amigo aún conservaba el suyo. Acordamos no esperar el juicio. Yo viajaría al oriente del país para averiguar si podíamos escapar a través de una base naval.”

Cuando llegó al este de la isla, se horrorizó con lo que vio en su pueblo natal. “En La Habana había hambre, pero en el oriente las calles estaban llenas de muertos en vida. La gente se desmayaba mientras caminaba. Había estallado la famosa enfermedad de la polineuropatía por falta de vitaminas. También la enfermedad bele bele (nota del editor: probablemente la enfermedad beriberi). Los enfermos sufrían intensos dolores articulares y caían al suelo. Era espantoso. Yo comía cáscaras de plátano, y eso no era lo peor.”

En agosto de 1994 estallaron en Cuba los eventos conocidos como el Maleconazo.[1] Hubo enfrentamientos, arrestos y represión, pero el régimen tomó una decisión inesperada: abrió las fronteras y permitió un éxodo masivo de cubanos. Así comenzó la llamada Crisis de los Balseros, durante la cual más de 35,000 personas se lanzaron al mar en cuestión de semanas.[2] Como consecuencia, el gobierno suspendió los procesos judiciales contra aquellos que habían intentado emigrar ilegalmente, incluido el de Rolando. Era libre, pero no encontró forma de llegar a la base naval para huir a los Estados Unidos. Tampoco tenía dinero para viajar a La Habana e intentar embarcarse en algún bote. Su destino era quedarse. Después de esta oleada migratoria, Castro prohibió nuevas salidas y cerró las bases navales.

En 1996, el régimen lo encarceló. “En esa época, gritar ‘¡Abajo Fidel!’ te costaba tres años de prisión. Si luego te tirabas al suelo en señal de resistencia pacífica, te sumaban otros tres. En diciembre, salí a hacer un trámite y regresé a casa seis años después.”

En el infierno carcelario

Rolando fue llevado al centro nterrogatorio de San José en La Habana Campo. De repente, se encontró en una celda tapiada, perdiendo toda noción del tiempo. Día y noche era sacado para ser interrogado y luego devuelto. Ya ni siquiera sabía qué hora era. Lo obligaban a desnudarse y a permanecer en posición de firme sobre una silla, mientras en pleno invierno le soplaba aire helado del aire acondicionado.

“Se me paraba allí firme, yo lo asumía, honestamente yo tenía mucho miedo. No puedo decir otra cosa que estaba como un conejo asustado, con mi creencia en mi fe, mi espíritu fuerte pero sí tenía miedo”, admite Rolando. “Por tanto pues me pone en una silla un militar, cruzaba las botas en una mesa con un bastón y si yo descansaba una pierna pues el tipo de momento daba fuerte así en la mesa ¡bum! Y yo temblaba como una chincha, como una vela. Y me ponía firme de nuevo allí. Y así ese mecanismo de tortura al que fui sometido, estuve allí ni recuerdo qué tiempo.” Fue sometido a esta tortura una y otra vez.

Luego lo trasladaron a la prisión Canaleta, en la región de Perico, Matanzas. Ese lugar era conocido como El Tiburón. Sus paredes estaban completamente pintadas y divididas en pequeñas habitaciones llamadas cubos. Hasta cierta altura, las paredes eran de concreto; por encima, solo había rejas. La prisión estaba situada en una llanura fría, y las literas quedaban expuestas a la intemperie. Allí, Rolando experimentó un hambre atroz. En la cárcel había una sección especial para desnutridos, reservada para quienes se desmayaban de inanición. Quería desmayarse para ser trasladado allí, pero su cuerpo resistía. Pasó cuatro meses en ese infierno. Tuvo la mala suerte de que, en ese período, las calderas de la cocina se averiaron y los presos no recibían desayuno ni almuerzo. Solo entre las once y doce de la noche les daban dos papas.

Así transcurrieron tres o cuatro meses hasta que lo trasladaron a la prisión Cinco y Medio en Pinar del Río, cerca de la carretera Luis Lazo. Afortunadamente, en Pinar del Río al menos había algo de comida. Llegó completamente agotado, con signos de avitaminosis. Hasta el día de hoy, su cuerpo está marcado con manchas por la falta de nutrientes. Si bien las condiciones alimentarias eran mejores, estaba demasiado lejos de su familia. Pasó seis años tras las rejas y no volvió a ver a su madre hasta un año antes de su liberación.

Asesinos

El presidio fue una experiencia brutal para Rolando Rodríguez Lobaina. Su preparación física y el deporte en sus años universitarios le salvaron la vida en múltiples ocasiones. Enfrentó amenazas y desafíos a duelos. Muchas veces tuvo que ir a los baños comunes a defender su honor. Era como en un circo romano: los presos se reunían en las zonas elevadas alrededor de los combatientes, mientras él peleaba a puño limpio por su vida contra los criminales más peligrosos.

“La administración de la prisión mantenía bandas de asesinos, grupos paramilitares compuestos por prisioneros extremadamente peligrosos. Eran criminales y asesinos con condenas de veinte o treinta años, que los carceleros utilizaban para someter al resto de los presos”, relata Rolando. “Esta estrategia era muy inteligente. El régimen de Castro no quedaba directamente vinculado a las golpizas dentro de las cárceles, y mucho menos a las agresiones contra los disidentes. Lo hacían pasar como simples riñas entre reclusos. Así limpiaban su imagen ante el mundo exterior y desestimaban cualquier denuncia o queja.”

Estos asesinos eran manejados directamente por la dirección de la prisión. Incluso intentaron asesinar a su hermano dentro de la cárcel, en un ataque orquestado por la Seguridad del Estado. En cada prisión había una división de la Seguridad del Estado, con un oficial encargado de vigilar a los presos políticos. “Mi hermano tenía una actitud más desafiante que la mía. Yo enfrenté la prisión de otra manera. La asumí como una universidad, y eso me fue útil. El contacto con otros prisioneros me permitió estudiar distintos fenómenos sociales”, relata Rolando.

En las cárceles cubanas, junto con criminales peligrosos y presos políticos, había personas encarceladas por robar un saco de naranjas. Era el propio régimen el culpable de que la gente no tuviera qué comer y se viera obligada a buscar formas de sobrevivir. En Cuba, la lucha diaria significaba conseguir un huevo, llevar a casa una papa, un pedazo de pan o un puñado de frijoles. Ese era el tipo de lucha en el contexto cubano.

“Para frenar esa lucha, el gobierno endureció las penas y tipificó una serie de nuevos delitos en el Código Penal. Aumentaron los castigos para contener el crecimiento de robos o la matanza ilegal de ganado. Las cárceles se llenaron de personas encarceladas por matar una vaca”, explica Rolando. “Quien mataba una vaca recibía una condena de veinte años. Si comerciaba ilegalmente con carne, podía enfrentar quince o hasta veinticinco años, dependiendo de cuántas vacas hubiera sacrificado.” Por eso, las prisiones cubanas estaban repletas de personas condenadas por matar una vaca o cometer delitos menores.

Ya no tenía miedo

Por segunda vez, Rolando fue encarcelado en 2006, pero esta vez como un disidente activo y una figura que el régimen consideraba altamente peligrosa. Había elaborado una revisión del sistema universitario y viajaba de ciudad en ciudad, de escuela en escuela, ocultándose, durmiendo en parques y en apartamentos prestados. Su trabajo logró movilizar un movimiento estudiantil, lo cual representaba una seria amenaza para el sistema totalitario cubano. Su influencia crecía entre los opositores, y el gobierno decidió aislarlo a toda costa.

“Me mantuvieron en aislamiento. Me daban el almuerzo a las diez de la mañana y la cena a las tres de la tarde. Pero nunca estaba seguro de si le ponían algo a la comida. Por eso intentaba beber mucha agua, lo que me llevó a hacer, sin querer, una especie de huelga de hambre. No sabía si la comida estaba contaminada, y eso me preocupaba”, explica Rolando. Sin embargo, ya no era el joven asustado de su primer arresto. Estaba curtido, con una convicción interna inquebrantable, decidido a soportar cualquier castigo que le impusieran.

Después de quince días, lo trasladaron a la prisión Combinado de Guantánamo, una de las más crueles del régimen cubano. Allí fue testigo de escenas aterradoras. Vio a muchos jóvenes mutilarse para ser liberados bajo medidas condicionales. Se cortaban los brazos con hilos de nailon. Derretían plástico en una olla y sumergían sus manos en la sustancia hirviendo con la esperanza de quedar incapacitados y ser excarcelados. Sin embargo, luego los veía regresar, incluso sin manos, pues volvían a delinquir. Algunos jóvenes se inyectaban queroseno en las piernas para hacerlas hinchar hasta el punto de perderlas. Otros se perforaban los genitales con alambres. La desesperación los llevaba a cometer actos extremos.

Los presos que habían estado en Combinado de Guantánamo en los años noventa le contaban sobre los llamados “chicos malos”, grupos de guardias que torturaban y golpeaban a los reclusos hasta dejarlos inconscientes. Usaban alambres enrollados, picas de metal en sus porras y palos para la brutalidad. Llevaban a un preso a la oficina y lo apaleaban salvajemente. Se presentaron numerosas denuncias al respecto.

Pero en 2006, Rolando ya tenía el respaldo de un movimiento solidario. Gracias a la organización Directorio Cubano y al Movimiento Jóvenes Pro Democracia, su nombre apareció en medios de comunicación de todo el mundo. Se exigió su liberación, y después de un mes en prisión, finalmente fue puesto en libertad.

¡Mírenlo!

Es importante entender que en Cuba un disidente no es bienvenido en todos los hogares. Cuando alguien se rebela contra el régimen y el gobierno cubano, sus familiares pueden apoyarlo o, en la mayoría de los casos, la familia se divide. “Tuve la gran suerte de que mi familia siempre nos apoyó incondicionalmente. Cuando mi hermano y yo estuvimos en prisión o cuando nos pasaba cualquier cosa, nos visitaban y nos respaldaban. No hay duda de eso”, cuenta Rolando.

“Pero este problema existe en Cuba porque la gente tiene mucho miedo. Algunas familias apoyan al régimen, otras menos, pero lo temen. Por ejemplo, mi esposa es hija de un arquitecto y una médica. Es decir, personas ‘integradas en la sociedad’, como se dice en Cuba. No son militantes del partido ni nada por el estilo, pero tienen trabajos que les permiten vivir.”

Cuando Rolando llegó a esa familia, la policía política los visitó y les advirtió que él era un delincuente, que su hija tenía una relación con alguien inadecuado y que eso le traería problemas. “Y en ese momento comenzó el infierno. Cuando te enfrentas al régimen, tus relaciones se ven afectadas, ya sea con tu pareja o con tus amigos. Empiezan a difamarte entre los vecinos: ‘Miren, la hija de este hombre anda con un terrorista’. Organizan campañas de desprestigio en tu contra. Difunden que eres un ladrón, que eres homosexual, y tú ni siquiera lo sabes.”

El régimen quería evitar que Rolando reclutara nuevos miembros para su movimiento y que generara inquietud entre la población. El alto mando militar cubano ordenó que lo arrestaran en cuanto lo vieran. Por eso, aprendió a andar siempre con una mochila con lo esencial. Dormía en cualquier lugar donde pudiera. En su mochila llevaba un cepillo de dientes, pasta dental, desodorante, jabón, ropa interior y una toalla.

El acto de repudio

En 2010, Rolando fue víctima de un acto de repudio, una forma de linchamiento público organizado por la Seguridad del Estado cubana. “Estábamos en casa con mi hermano y nuestras hijas. Yo tenía a mi hija, mi tercera hija. Mi hermano también tenía una. De repente, jóvenes de la calle comenzaron a arrojarnos piedras. ¿Quién les ordenó hacerlo? Los oficiales. Les daban mamoncilla, una fruta típica del verano en Baracoa, como recompensa por atacarnos con piedras. Todo el alto mando de la policía política estaba allí, riéndose mientras la gente nos agredía brutalmente. ¡La ciudad entera se paralizó con la escena!”

Rolando continúa: “Nos enviaron a un oficial para tratar de convencernos de que saliéramos y nos rindiéramos. Decidimos no hacerlo. Estábamos protestando por la detención de un activista que había venido a visitarnos. Nuestra protesta consistía en colgar una bandera cubana desde nuestro apartamento en el tercer piso. Solo eso bastó para desatar toda esa violencia contra nosotros.”

En el apartamento había tres activistas más. Uno de ellos resultó herido por las piedras lanzadas desde la calle. Tuvieron que clavar tablas en las ventanas en medio de la lluvia de proyectiles e incluso construyeron una barricada con vigas que tenían en el balcón. Estaban decididos a resistir hasta la muerte. Se armaron con machetes y barras de metal.

Por la noche, llegó una gran cantidad de soldados con autos, tractores y ambulancias. Un delegado del Ministerio del Interior dirigía toda la operación. No solo participaron militares de la ciudad, sino también tropas de Guantánamo y una unidad especial de intervención lista para actuar.

“Teníamos niños con nosotros, así que decidimos rendirnos. Bajamos las armas y abrimos la puerta. De inmediato, la unidad especial irrumpió en el apartamento. Nos esposaron, nos sacaron a la calle y nos llevaron a los cuarteles militares, donde pasamos la noche. Al día siguiente, nos trasladaron a otro sitio y comenzó nuestro verdadero calvario. Fue en agosto, y nos retuvieron en el centro operativo de Guantánamo.”

Allí, soportaron un calor de cuarenta grados, con nubes de mosquitos a su alrededor y sin agua durante cuatro días. Las manos de Rolando se llenaron de llagas. La lucha duró dos semanas, y él resistió cada minuto. Golpeaba la puerta de su celda y gritaba: “¡Abajo Fidel! ¡Abajo Raúl!”. Cantaba el himno nacional. No dejaba que los guardias durmieran. Irrumpieron en su celda, lo arrastraron afuera y trataron de calmarlo. Pero él les respondió: “Esto es tortura. Y nosotros rechazamos la tortura. Ustedes nos están torturando. No podemos tolerarlo. No dialogaremos con ustedes. Esto no es un diálogo, es abuso de poder.” Y volvía a gritar: “¡Abajo Fidel!”.

La calle como campo de batalla y la lectura como arma

En 2011, el régimen cubano logró desmantelar gran parte del movimiento en el que Rolando y su hermano estaban involucrados. La mayoría de su familia, incluido su hermano, fue obligada a exiliarse en España. Pero Rolando se negó a irse. Le advirtieron que lo aplastarían, que lo harían desaparecer. Incluso enviaron a un grupo de criminales para asesinarlo. Tuvo que empezar a andar armado. Sin embargo, nunca se rindió y sigue luchando, aunque con un profundo escepticismo.

“Siempre que he protestado en las calles y han empezado a golpearme, nadie se ha interpuesto para defenderme. Sé que tienen miedo. Mucho miedo. Por eso, antes de salir a las calles —porque la calle es el principal escenario de nuestra lucha— es necesario cambiar la mentalidad de la gente. Nuestro pueblo está enfermo, herido. Cuando hablamos de crisis de valores, no podemos reducirlo a un término científico abstracto. La realidad es que nuestros jóvenes no son educados en la lectura desde la infancia. Y cuando un joven no lee, está mutilado”, explica el disidente cubano Rolando Rodríguez Lobaina a los documentalistas de Post Bellum.

“La lucha no es fácil. Pero creo que nuestro futuro depende de esta experiencia. Estoy convencido de que el escenario de nuestra batalla es la calle, pero debemos proporcionar información constantemente, trabajar en la mentalidad de las personas. Es necesario formar una nueva generación de jóvenes preparados, que no huyan al extranjero, que se eduquen y que se involucren en la construcción del liderazgo cubano del futuro, ” cierra la entrevista Rolando.

 

[1] Un sumario del Maleconazo ofrece BBC en https://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-57805495

[2] Sobre la Crisis de los Balseros ver: https://www.periodicocubano.com/la-crisis-de-los-balseros-el-desesperado-escape-de-miles-de-cubanos-en-1994/

*** Česká verze ***

Dětství v Baracoe

Rolandovi bylo deset let a vyrůstal v nejvýchodnějším městě Kuby, Baracoe. Hračky skoro neměl. Pokud jeho maminka nějaké peníze ušetřila, mohla mu koupit jen ty nejhorší, protože hračky se přidělovaly podle zvláštního systému. Režim Fidela Castra rodinám jednou ročně rozděloval lístky na hračky a nákup probíhal ve čtyřech kolech. Rodiny zařazené do prvního dne si mohly vybírat z těch nejlepších, zatímco Rolandova rodina se na řadu dostala až poslední den. Ale v jeho dětství bylo něco mnohem důležitějšího. „Nejhezčí vzpomínky z té doby jsou na moji maminku. Když jsem se vrátil ze školy, chodili jsme spolu na pláž. To bylo to nejkrásnější,“ vypráví Rolando Rodríguez Lobaina.

Ztráta iluzí

Rolando vyrůstal se sedmi sourozenci. Když mu byl rok, rodiče se rozvedli a on zůstal s matkou. Dětství bylo chudé, ale pláž a láska jeho matky mu stačily ke štěstí. Vše se změnilo, když se v pubertě přestěhoval k otci. Život s ním znamenal tvrdou disciplínu. Se starším bratrem musel prát, žehlit, uklízet a vařit – pokud bylo z čeho. Po rozpadu východního bloku se kubánské hospodářství zhroutilo a v zemi panoval hlad. Otec i bratr neskrývali svou nenávist vůči komunistickému režimu, zatímco mladý Rolando věřil ve spásu ze Sovětského svazu. Doma se vedly zuřivé debaty. „Někdy to otec musel zarazit: ‚Dost, už se nebudeme bavit o politice!‘ Vždy jsem svou rodinu velmi ctil. A přestože jsme si s bratrem nerozuměli, měli jsme se moc rádi,“ vzpomíná Rolando.

V roce 1987 začal studovat informatiku na univerzitě v Havaně. Právě tam se jeho pohled na svět změnil. Poprvé si naplno uvědomil, že režim, který od dětství bral jako samozřejmost, je prolhaný a pokrytecký. „Přišel jsem na univerzitu z hor, z venkova, a byl jsem strašně chudý. Neměl jsem šaty, ve kterých bych mohl chodit na přednášky, ani kabát. Univerzitní období pro mě byla výzva. Mým cílem bylo vystudovat a posunout se dál, abych mohl pomáhat rodině,“ vypráví dokumentaristům Post Bellum, kteří v květnu 2017 natáčeli v Miami na Floridě svědectví kubánských disidentů.

„Jenže mezi studenty panovala přetvářka. Studenti mezi sebou bojovali a dělali si navzájem podrazy, přitom všichni byli členy komunistické strany. Na schůzích na sebe vytahovali špínu, obviňovali se navzájem: ‚Ty jsi neodpracoval dostatek hodin na brigádě!‘ Byl to špinavý kariéristický boj o lepší pozice. Zvedal se mi z toho žaludek,“ vypráví.

Bratr mezitím skončil ve vězení. Bez soudu, bez obvinění. Tři měsíce mučění. Když se dostal ven, musel rovnou do nemocnice. Pro Rolanda to byl bod zlomu. Už neměl pochybnosti – proti režimu bylo třeba bojovat.

Není snadné sestavit z jeho vyprávění stručný text. Vybírám tedy části svědectví kubánského disidenta Rolanda Rodrígueze Lobainy o násilí, kterým si prošel. O násilí ve věznicích. O násilí na ulici. O násilí, které si týraný a ponižovaný kubánský lid působil sám sobě navzájem v rodinách a běžném životě.

Lidé na ulici padali hladem

Po promoci v roce 1992 nastoupil do hliníkárny v Santiago de las Vegas. Perspektiva nulová. Kubánská ekonomika byla na dně, v zemi panoval hlad a on vydělával za čtrnáct dní 99 pesos, což nebyl ani jeden dolar. „A naši továrnu řídil generál ve výslužbě,“ vzpomíná. „Pochopil jsem, že tam ztrácím čas. S několika kamarády s nimž jsem promoval a pracovali v jiných podnicích, jsme se dohodli, že ilegálně opustíme zemi.“ Kolega z hliníkárny pomohl Rolandovi postavit primitivní plavidlo z polystyrenové pěny, hliníku a dřeva. Bylo bytelné a 1. června 1994 vyplul Rolando s kamarády na moře. Čtyři inženýři a jeden student chemie.

„Poslali za námi hlídkovou loď a zadrželi nás. Naložili nás a odvezli na námořní základnu v Jaimanitas, kde nás týden zadržovali. Pak nám sdělili obvinění, ale propustili nás a očekávali jsme soud. Já jsem už byl nezaměstnaný. Dal jsem na pracovišti výpověď. Můj kamarád práci stále měl. Dohodli jsme se, že nebudeme čekat na soud. Já vyrazím na východ a zjistím, jak by se dalo utéct přes námořní základnu,“ vylíčil Rolando svůj pokus o útěk ke svobodě.

„Dorazil jsem na východ a z toho, co jsem viděl v mé rodné vesnici, jsem byl zděšený.  V Havaně byl sice hlad, ale na východě chodili po ulicích živoucí mrtvoly. Lidé za chůze omdlévali. Propukla slavná nemoc polyneuropatie z nedostatku vitamínů. A nemoc bele bele (pozn. editora: zřejmě se jedná o nemoc beriberi), jak tomu na Kubě říkali. Bolely při tom klouby, lidé padali na zem. Bylo to děsivé. Jedl jsem slupky od banánů, a to nebylo ještě zdaleka to nejhorší.“

V srpnu 1994 vypukly na Kubě události známé jako „Maleconazo”. Došlo ke střetům, zatýkání a represím, ale zároveň se tehdy vláda rozhodla k nečekanému kroku – otevřela hranice a umožnila masový exodus Kubánců. Tak začala tzv. vorařská krize (Crisis de los balseros)[1], během níž se během několika týdnů vydalo na moře více než 35 000 lidí. V důsledku toho zastavily úřady Rolandovo stíhání za pokus o emigraci. Byl sice volný, ale nenašel způsob, jak se dostat na námořní základnu a odcestovat do Spojených států. Neměl ani peníze, aby odjel alespoň do Havany a pokusil se nalodit na nějaký člun. Jeho osudem bylo zůstat. Po tomto hromadném úprku Kubánců z vlasti Castro další emigraci zakázal a uzavřel námořní základny. A v roce 1996 zavřeli také Rolanda: „Bylo to v době, kdy se za výkřik ‚Pryč s Fidelem!‘ dávali tři roky. Když si pak člověk lehnul na zem, jako způsob pasivního odporu, přidali mu další tři roky. V prosinci jsem šel takto něco vyřizovat a vrátil se domů po šesti letech.“

V trestaneckém pekle

Rolanda odvezli do výslechového střediska San José v Havana Campo. Najednou se ocitl v uzavřené cele a ztratil pojem o čase. Ve dne v noci byl odváděn k výslechu a pak zase zpátky. Už ani nevěděl kolik je hodin. Musel se svlékat a stát v pozoru na židli, kde na něj v zimním období foukal vzduch z klimatizace. „Nebránil jsem se. Upřímně řečeno jsem se velmi bál, zkrátka je to tak. Byl jsem jak vystrašený králík. Byl jsem silný na duchu a věřil jsem své věci, ale bál jsem se,“ přiznává Ronaldo. „Důstojník v bagančatech si dal nohy na stůl a pokaždé, když jsem pokrčil nohu, abych si odpočinul, praštil obuškem do stolu: ‚Bác!‘ Třásl jsem se jak ratlík. Musel jsem se zas postavit do pozoru.“ Tomuhle způsobu mučení byl vystaven znovu a znovu. 

Pak ho odvezli do vězení Canaleta v oblasti Perico v Matanzasu. Tomu vězení říkali Žralok. Bylo celé pomalované a rozdělené na místnosti, které nazývali cubos. Do určité výšky byly betonové stěny, nad nimi mříže. Vězení se nacházelo na studené planině a pryčny byly vystavené venkovnímu počasí. Rolando tam zažil strašný hlad. Trestnice měla zvláštní oddělení podvyživených, pro lidi, kteří omdlévali hlady. Chtěl omdlít, aby se tam dostal. Neomdlíval však, jeho tělo bylo odolné. V tomto vězení strávil čtyři měsíce. Měl smůlu, že se v té době pokazily kuchyňské kotle a vězni nedostávali žádnou snídani ani oběd. Jen v noci mezi jedenáctou a dvanáctou vyfasovali dvě brambory.

To trvalo tři, čtyři měsíce, dokud ho nepřemístili do věznice Cinco y medio v Pinar del Río u silnice Luis Lazo. V Pinar del Río bylo naštěstí aspoň co jíst. Dorazil nadobro vysílený. Měl příznaky avitaminózy, dodnes má všude po těle skvrny. V Pinar del Río byly, co se týče stravování lepší podmínky, však velmi daleko od rodiny. Strávil za mřížemi šest let a s mámou se setkal teprve rok před propuštěním.

Zabijáci

Pobyt ve vězení byl pro Rolanda Rodriquéze Lobainu drsnou životní zkušeností. Fyzická příprava a sport z univerzitních let mu častokrát zachránily život. Čelil hrozbám a výzvám na souboj. Mnohokrát musel jít do společných umýváren hájit svou čest. Bylo to jak v římském cirku. Trestanci se shlukli okolo zápasníků na vyvýšených místech, zatímco Rolando bojoval na život a na smrt a bil se pěstmi s nejhoršími kriminálníky.

„Vězeňská správa si vydržovala bandy zabijáků, jakési polovojenské skupiny, skládající se z vysoce nebezpečných vězňů. Byli to zločinci a vrazi s dvaceti či třicetiletými tresty, které věznitelé používali k pacifikaci ostatních vězňů,“ vypráví Rolando. „Tato strategie byla velice chytrá. Castrův režim pak nebyl přímo spojován s bitím vězňů a tím spíše disidentů. Vydávali to za spor uvnitř vězeňské komunity. Tím očišťovali svou image před vnější světem a odbývali případné stížnosti a udání.“

Zabijáci byli řízeni přímo vedením věznice. Na Rolandova bratra dokonce podnikli ve vězení pokus o atentát řízený státní bezpečností. Oddělení státní bezpečnosti bylo v každé věznici. Vždy tam byl důstojník, který měl na starost případy politických vězňů. „Můj bratr měl jiné způsoby než já, byl vzpurnější. Já na to šel jinak. Vězeňské prostředí jsem pojímal jako univerzitu a bylo mi to k užitku. Styk s vězni mi dával možnost studovat různé společenské jevy.“

Vedle opravdových těžkých zločinců a politických vězňů, byli v kubánských věznicích drženi za krádež pytle pomerančů. Samotný režim byl viníkem toho, že lidé neměli co jíst a nutil je hledat způsob, jak přežít. Lidé na Kubě bojovali, ale v té době to znamenalo sehnat někde vajíčko nebo přinést domů bramboru, kus chleba nebo hrst fazolí. Tak vypadal boj v kubánském kontextu. „Aby ten boj zarazili, zvýšili trestní sazby a zavedli do trestního řádu celou řadu zločinů. Zpřísnili to, aby čelili nárůstu loupeží nebo třeba nelegálních porážek dobytka. Věznice byly přeplněné lidmi, kteří seděli za porážku krávy,“ vypráví Rolando. „Kdo porazil krávu, vyfasoval dvacet let, kdo s ní nelegálně obchodoval, dostal patnáct, pětadvacet, podle toho kolik jich porazil.“ Proto byly věznice na Kubě plné lidí, kteří byli zavření za porážku krávy nebo za drobné zločiny. 

Už se nebál

Podruhé se Rolando dostal do vězení v roce 2006, už jako aktivní disident, kterého se režim mimořádně obával. Připravil revizi vysokého školství, cestoval od města k městu, od školy ke škole, ukrýval se, přespával v parcích a vypůjčených bytech a dařilo se mu aktivizovat vysokoškolské hnutí. To bylo totalitnímu systému na Kubě nesmírně nebezpečné. Rolando se stal známým, jeho vliv mezi odpůrci režimu rostl a bylo proto třeba, izolovat ho za každou cenu.

„Drželi mne v izolaci. Oběd jsem dostával v deset ráno, večeři ve tři odpoledne. Nevěděl jsem však, jestli mi do jídla něco nedávají. Snažil jsem se proto pít hodně vody a tím jsem vlastně držel nedobrovolnou hladovku, protože jsem si nebyl jistý, jestli jídlo není závadné. Z toho jsem měl obavy,“ vysvětluje Rolando. Už ale nebyl ten vystrašený mladík jako při prvním zatčení. Byl zocelený, s pevným vnitřním přesvědčením a odhodlaný snést všechny útrapy a tresty, které ho čekaly.

Po patnácti dnech ho převezli do věznice Combinado de Guantánamo, což je jedna z nejkrutějších věznic kubánského režimu. Tam viděl, jak se mnoho mladých lidí zmrzačilo. Řezali si ruce nylonovými vlasci.  Rozpouštěli v kastrůlku umělou hmotu a do vroucí hmoty strkali ruce, aby je podmínečně propustili, protože nedokázali snášet kruté poměry ve vězení. Pak jsem je viděl, jak se vracejí zpátky do vězení, protože se i bez rukou, které jim uřízli u zápěstí, opět dopustili nějakého zločinu.

Někteří mladíci si píchali injekcemi do nohou petrolej, aby jim noha otekla noha a nakonec o tu nohu přišli. Jiní si propichovali přirození drátem. Lidé ze zoufalství dělali otřesné věci. Lidé, kteří byli v Combinado de Guantánamo v devadesátých letech vyprávěli Rolandovi své zkušenosti se tzv. „chicos malos“ (zlými hochy). To byly skupiny dozorců, kteří mučili a tloukli vězně do bezvědomí. Používali k tomu stočený drát, kovové bodce na obušcích nebo klacky. Odvedli člověka do kanceláře a tam ho strašně zmlátili. Byla kvůli tomu spousta stížností. V roce 2006 však už za Rolandem Rodríguezem Lobainou stálo hnutí, které mu projevovalo solidaritu. Díky organizaci Directorio Cubano a mládežnickému hnutí za demokracii se jeho jméno objevilo ve všech možných médiích po celém světě. Požadovali jeho propuštění a po měsíci ve vězení se tak skutečně stalo.

Podívejte se na něj

Je důležité si uvědomit, že na Kubě disident není v každém domě vítán. Když se člověk vzbouří proti režimu a kubánské vládě, příbuzní ho buď podpoří, nebo se ve většině případů rodina rozdělí. „Já měl to obrovské štěstí, že nás rodina vždy bezvýhradně podporovala. Když jsme byli s bratrem ve vězení nebo se s námi cokoliv dělo, navštěvovali nás a podporovali. O tom není pochyb,“ říká Rolando.

„Na Kubě však tento problém existuje, protože lidé mají velký strach. Některé rodiny režim podporují, některé méně, ale bojí se ho. Například moje manželka je dcera architekta a lékařky. Tedy lidí začleněných do společnosti, jak se na Kubě říká. Nejsou ve straně ani nic podobného, ale mají zaměstnání, které je živí.“ Když Rolando do té rodiny přišel, navštívila je politická policie a začala jim vysvětlovat, že je zločinec. Že jejich dcera má poměr s nevhodným člověkem a bude z toho mít problémy. „A v té chvíli se rozpoutalo peklo. Když se dostanete do křížku s režimem, naruší to také vaše vztahy. Ať už s partnerkou nebo s přáteli. Začnou tě očerňovat mezi sousedy: ‚Podívejte se, dcera toho pána se tahá s teroristou.‘ Začnou proti tobě pořádat kampaně. Šíří o tobě, že jsi zloděj, že jsi homosexuál, a ty o tom nevíš.”

Režim chtěli zabránit tomu, aby Rolando získával pro své hnutí nové členy a vnášel mezi lidi neklid. Kubánské vojenské velení nařídilo, aby ho zatkli, kdekoliv ho uvidí. Naučil se tedy chodit neustále a za všech okolností s baťohem s nejnutnějšími věcmi. Přespával na nejrůznějších místech. V batohu nosil zubní kartáček, dále zubní pastu, deodorant, mýdlo, spodní prádlo a ručník.

Akt zavržení

Roku 2010 čelil Rolando takzvanému „aktu zavržení“. Bylo to státní bezpečností organizované veřejné lynčování. „Byli jsme doma s bratrem a s našimi dcerami. Já měl dceru, mé třetí dítě. Bratr měl také dceru. A výrostci z ulice po nás házeli kameny. Kdo jim to nařídil? Důstojníci. Dávali dětem mamoncilla, to je v Baracoy takové typické letní ovoce, aby po nás házeli kameny. Bylo tam celé vrchní velení politické policie a smálo se té brutální agresi lidí, kteří vrhali kameny! Celé město se zastavilo!“

A Rolando pokračuje: „Poslali za námi jednoho důstojníka. Snažil se nás přesvědčit, abychom vyšli z domu a vzdali se.  Rozhodli jsme se, že se nevzdáme. Protestovali jsme proti tomu, že zatkli aktivistu, který k nám šel na návštěvu. Protest spočíval v tom, že jsme vyvěsili z našeho bytu ve třetím patře kubánskou vlajku. To stačilo, aby proti nám rozpoutali tu strašlivou agresi.“

V bytě byli ještě tři další aktivisté. Jednoho z nich zranily kameny z ulice. Museli přitlouct na dům prkna. Přitloukali je uprostřed spršky kamení, dokonce postavili barikádu z trámů, které měli na balkoně. Byli odhodlaní zemřít. Ozbrojili se mačetami a železnými tyčemi. Večer přijela početná skupina vojáků s auty, traktory, sanitkami. Na místě byl delegát Ministerstva vnitra, který řídil celou operaci. Účastnili se jí vojáci nejen z města, ale i z  Guantanama, a navíc zásahová jednotka. Ta měla zakročit.

„Měli jsme tam děti, takže jsme se rozhodli vzdát se. Složili jsme zbraně a otevřeli dveře. Vzápětí dovnitř vtrhly zásahové jednotky. Nasadili nám pouta. Odvedli nás dolů a odvezli do vojenských kasáren, kde jsme přenocovali. A následujícího dne nás převezli jinam a pro nás začalo opravdové martyrium. Bylo to v srpnu a drželi nás na operačním středisku v Guantánamu.“

Byly tam mraky komárů, čtyřicetistupňové vedro a čtyři dny nedostali napít. Ruce měl Roland plné boláků. Byl to boj, který trval celé dva týdny. A celé ty dva týdny vzdoroval. Bouchal do dveří své cely a křičel: „Pryč s Fidelem! Pryč s Raúlem.“ Zpíval státní hymnu. V noci jsem je nenechal spát. Vtrhli do cely, smýkli s ním, vyvlekli ven, snažili se mu domluvit a zklidnit. On jim ale říkal: „Tohle je mučení. A my mučení odmítáme. Vy nás tady mučíte. To nemůžeme tolerovat. Nebudeme se s vámi bavit. To není dialog. To je zvůle.“ A znovu křičel: „Pryč s Fidelem!“

Bojištěm ulice a zbraní kniha

V roce 2011 se režimu podařilo rozbít velkou část hnutí, do kterého byl Rolando s bratrem zapojený. Větší část rodiny včetně bratra přiměl kubánský režim odjet do Španělska. Rolando odmítl odejít. Vyhrožovali mu, že ho zašlapou do země. Poštvali na něj partu kriminálníků, aby ho zavraždili. Musel chodit ozbrojený. Přesto se nevzdal a bojuje dál, i když je velmi skeptický.

„Vždy, když jsem na různých místech proti něčemu protestoval a začali mě bít, nikdo z lidí se za mě nikdy nepostavil. Vím, že mají strach. Velký strach. A proto dřív, než vyjdeme do ulic, jelikož hlavním prostorem pro náš boj je ulice, je zapotřebí začít působit na lidi. Náš lid je nemocný, zraněný. Když mluvíme o krizi hodnot, nemůžeme to shrnout do nějakého abstraktního vědeckého termínu. Jde o to, že u nás mladí lidé nejsou od dětství vedeni k četbě. A jestliže mladý člověk nečte, je zmrzačený,“ říká kubánský disident Rolando Rodríguez Lobaina dokumentaristům Post Bellum.

„Je to nesnadný boj. Ale domnívám se, že naše budoucnost spočívá v této skvělé zkušenosti. Jsem přesvědčený, že dějištěm našeho boje je ulice, ale je třeba neustále lidem poskytovat informace, pracovat s jejich mentalitou. Je třeba vytvořit novou generaci schopných mladých lidí, kteří nebudou odcházet do zahraničí, budou se vzdělávat a spolupodílet se na činnosti nových kubánských lídrů budoucnosti.“

 

[1] Lidé, kteří riskovali životy při útěku z Kuby na improvizovaných plavidlech se nazývají také balseros – voraři. Více o vorařské krizi na https://magazin.pametnaroda.cz/volne/volne/kubanci-na-vorech-svobody-navzdory-zralokum-i-udavacum-pluli-zalepsim-zivotem