“Leía mucho. Leía mucho la Biblia, la palabra de Dios a diario. Les hacía muchas cartas a mis padres, a mi hija. Dedicaba el tiempo… dibujaba, hacía ejercicio. Mi mente nunca estuvo dentro de la prisión. Con mi mente yo recorría todos los campos, todas las ciudades, todos lugares que había transitado desde niño. Eso me ayudó mucho… Muchos presos me preguntaban cómo mantenía tanta serenidad cuando otros se volvían locos después de tres años. Yo creía en Dios y mantenía mi mente fuera del lugar.”
“Mi abuela materna me escribió una carta… mi abuela materna era una guajira del monte adentro que apenas sabía escribir. Me dijo: ‘Mi nieto querido, sonríe, aunque el dolor te esté matando.’ Mi abuela querida… No se me olvida, esta carta la llevo en mi corazón…”
“Llegué a (la prisión Kilo 8 en) Camagüey y me pusieron en el área de mayor severidad. Son celdas de 1,80 metros de ancho y 3 metros de largo. Te lo puedo comparar… no sé si alguien ha muerto y ha resucitado a no ser Jesucristo. Dentro de nosotros, los mortales, somos nosotros que podemos relatar sobre el infierno. Había presos de todo tipo y de todas partes del país. No se dormían de día ni de noche. Eran broncas y griterías, una guerra constantes. Todos sufrían sicológicamente. Había muchos condenados a muerte. Si era la hora de recuento, el equipo de recuento… que son varios guardias… van contando a los reos, uno por celda. Y llegan a tu celda y tu estás condenado a muerte y le dicen al que está al lado de tu celda: ‘Mañana se te va a acabar.’ Qué le está diciendo… a un condenado de muerte… Durate el tiempo que estuve allí más de veinte personas se quitaron la vida ahorcados. Gritaban que nadie les iba a matar y antes de que este Gobierno les diera muerte, ellos mismos se van a matar. Había cosas terribles…”
“Cuatro miembros del equipo mío se van delante. Nos quedamos tres atrás – yo, Armando Sosa Fortuny y Jesús Rodas Pineda. A lo lejos se ven las luces de un carro que viene de los cayos… allá hay un cayo que luego supe que se llama Santa María. De lejos no sabíamos si era un auto o una camioneta. En fin, cuando llegó era un auto, un Lada. Yo paro el auto y mando al personal que venía dentro del auto a que se apeguen. Nunca me aproximé al auto, estaba a unos cuatro metros… Veo que se bajan del auto por la parte izquierda y cuando se bajan también por la parte derecha me retrocedo un poco para atrás, porque veo que hay más personas que yo pensaba y manipulo el fusil, una AR-15. Entonces se produce una ráfaga. Yo había sido entrenado con fusiles AK-47. Este fusil era AR-15 que es una réplica del M-16… mecanismo muy diferente. No me percato de poner el seguro para que no se fuera un disparo y lo que había puesto era el selector de ráfaga, porque este fusil es automático. Cuando manipulo el fusil, una ráfaga de siete tiros es la que se escapa del fusil. El hombre que va pasando por delante del carro recibe unas varias balas de la ráfaga.”
“No tiene nada que ver la desproporción que sea, ni las armas. Creo que una acción bien elaborada puede tener su fruto. Los que gobiernan ahora, que mantienen una tiranía por más de 60 años, lo intentaron muchas veces y al final lo lograron, contra el ejército de Batista que estaba mucho más grande y armado. Estoy seguro de que aquí en Cuba muchas personas se sumarían a luchar. No quiero decir que todo sea necesario por medio de la guerra. Creo que un cambio democrático significativo en Cuba puede nacer dentro de sus mismas filas, de alguien valiente que tome la iniciativa, pero la guerra no se desecha. Somos bélicos por naturaleza desde la Guerra por Independencia. Desde los indios aborígenes de aquí… porque no todos fueron dóciles. Muchos fueron rebeldes y se enfrentaron a los conquistadores.”
“Yo quería conocer a Estados Unidos. Gracias a Dios, el 16 de junio de 1991 salimos de la costa cubana, de la carretera a Varadero, cerca de Carbonera. Nos recogieron el 24 en alta mar con el crucero Discovery One y nos llevaron hasta la tierra de los Estados Unidos. Estuvimos ocho días a la deriva en el mar. Allí tuvimos que comer hasta una gaviota cruda, algunos peces que saltaban y caían dentro de la balsa, porque eran perseguidos por otros más grandes… Pero lo más lindo de mi vida es haber conocido la realidad de los Estados Unidos. Eso me motivó mucho más. Las ideas políticas que hoy tengo en mi mente y en mi corazón y seguiré hasta el último día. Es la verdadera libertad y esto me motivó a ingresar en las filas de un partido político, a recibir entrenamiento militar y a venir a pelear a Cuba.”
Mi decisión fue tomar armas, pero no dejo de reconocer los que luchan pacíficamente, son valientes también y enfrentan el peligro de muerte
Humberto Eladio Real Suárez nació el 18 de febrero de 1968 en Matanzas. Su padre era chofer y su madre trabajaba en una cafetería. La infancia a las orillas del río Yumurí en el barrio Versalles fue llena de juegos entre amigos que pasaban la mayoría del tiempo libre descubriendo los alrededores de sus hogares, escapando de la escuela y bañándose en el río. Humberto tenía tres hermanos y todos eran muy traviesos. Debido a ello, la ropa y los zapatos resultaban frecuentemente rotos y la familia tenía que esperar hasta que recibieron las nuevas libretas para poder comprar ropa nueva. Sin embargo, el muchacho no se preocupaba mucho de estas cosas. En general, se puede decir que vivía una infancia feliz, con la excepción del adoctrinamiento ideológico que le molestaba ya desde una edad bastante temprana. Su carácter independiente y la tendencia de vivir fuera del sistema sin tener que contar con la ayuda del régimen resultaba en detenciones frecuentes. Tras haber sido citado varias veces, decidió emigrar a los Estados Unidos. Junto con un amigo suyo cogieron una balsa y se lanzaron al mar, rumbo a Florida. Pasados varios días sufriendo hambre en las aguas peligrosas entre Cuba y Estados Unidos fueron recogidos por un buque americano. En el exilio, Humberto se enamoró de la libertad que experimentaba en su nuevo país y decidió sumarse a un grupo de incursión que planeaba una misión a Cuba con el objetivo de crear un foco guerrillero en la Sierra del Escambray y acabar con el régimen de Fidel Castro. Humberto recibió entrenamiento militar y en octubre de 1994, junto con los demás seis integrantes del grupo, entre ellos Armando Sosa Fortuny, se lanzó al mar otra vez. El grupo tuvo que enfrentar complicaciones justo después del desembarque en la zona de Caibarién, donde se produjo primero un incidente con unos cubanos de los cuales uno recibió una ráfaga de balas de Humberto y, posteriormente el grupo fue enfrentado por unos militares, acabando así detenidos los guerrilleros. Los integrantes del grupo fueron juzgados en Cuba y Humberto fue condenado a muerte. Al final, bajo la presión de las organizaciones internacionales, su pena fue conmutada a 30 años en el año 2010. Humberto pasó en las cárceles cubanas en total 28 años y 15 días y se convirtió en uno de los prisioneros políticos que más tiempo pasaron entre rejas en todo el hemisferio occidental.
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