“En ese tiempo cuando empezó la covid y cuando empezó a golpear fuertemente con la cantidad de muertes que existían, en los partes te decían unos números, pero cuando tú vas a la realidad eran otros. ¿Por qué te digo esto? Yo principalmente te voy a contar algo que lo viví yo en carne propia. Mira, la empresa de muebles donde yo trabajaba era encargada de hacer las cajas de muertos de pino, porque no tenían abasto. Y nosotros éramos los encargados de hacer las cajas para los muertos que existían en ese momento en Guantánamo. Y en Guantánamo en mi empresa donde yo llegué a laborar, nosotros llegamos a hacer en una noche 800 cajas de muertos. De las seis de la mañana a las seis de la tarde. Se agotaban, era inmenso. Eran tantos”.
“Era la nombrada unidad de castigo. Porque, en primer lugar, para aquel lugar nadie quería ir, porque estos son lugares que están… imagínate el primer pueblo más cercano que quedaba a la unidad mía me quedaba a 12 kilómetros. El pueblo más cercano me quedaba a 12 kilómetros. Tenía que pasar el río tres veces. En aquel tiempo en las unidades dormíamos en colchones de guata como si fuéramos presos tirados uno al lado del otro en un contingente con techo del fibro. Comíamos en bandejas de metal y te levantaban a las cinco de la mañana, seis de la mañana. Mojados recogiendo el café, subiendo la loma con poca alimentación. Eso fue creando cosas… los jóvenes no queríamos estar allí”.
“El 24 de octubre del 2012. Pleno servicio militar. Yo vi desde la posta 33, que era la posta de los francotiradores, una mina antipersonal volar a más de… era una salida, por la parte donde nosotros estábamos, que era casi siempre una de las últimas postas… y había más de nueve personas más o menos. Un número así por decirlo. De las nueve personas solamente pudimos rescatar tres. Las demás personas murieron en el intento. De estas yo vi a tres incluyendo una menor de edad volados por una mina. (…) Y allí yo vi, de las nueve personas nomás pudimos rescatar tres nada más. Las otras personas volaron. Lo que pasa en estos campos… al estallar una se desencadenan unas explosiones en continuidad. La primera que explotó se llevó a una muchacha menor de edad. Adelante iba un muchacho con un mecanismo que casi siempre se usa… con un imán cerca de la tierra en un palo de un metro que cuando va uno al lado de la mina él se detiene por la parte de la gravedad. Esto en ocasiones es eficiente, en ocasiones no. Lamentablemente para ellos no fue eficiente. (…) Es algo triste, doloroso ver como las personas tratan escapar de su propio país arriesgando sus vidas. Tratando de buscar una mejora por así decirlo son capaces de arriesgar al nivel de perder su vida”.
Hicimos 800 cajas de muertos en un día y enseguida se agotaron
Jesús Ali Ortiz Mayor nació el 10 de julio de 1990 en la ciudad de Guantánamo y durante su infancia y adolescencia vivió junto con su familia en condiciones humildes en el reparto llamado El Caribe. A pesar de haber sentido la falta de dinero recuerda el tiempo en la escuela primaria como una etapa feliz. Eso cambió bruscamente cuando empezó la secundaria. Debido a sus amistades del barrio llegó a conocer los aspectos menos agradables de la vida. En aquel entonces vivía en un ambiente lleno de violencia y drogas. Pese a que de vez en cuando participaba en las peleas entre los muchachos del barrio, mantenía buenas calificaciones y quería matricularse al Instituto Tecnológico. Sin embargo, su madre sufría de una enfermedad grave y tuvieron que operarla. Al mismo tiempo el padre se separó del resto de la familia y Jesús se convirtió en el hombre de la casa. Para ayudar a su madre se puso a trabajar y después de la operación se quedó en casa casi dos años cuidándola. Posteriormente ingresó en el servicio militar en la Brigada de la Frontera que se encarga del control del área alrededor de la base norteamericana en Guantánamo. Con sus propios ojos vio los intentos de emigrar de varias personas que se lanzaron en un campo minado y murieron tras las explosiones. Debido a los problemas con un oficial del ejército terminó en una unidad de castigo situada lejos de la civilización. Allí pasó más de un año y medio trabajando en la agricultura en condiciones precarias. Terminado su servicio militar, se reincorporó en la vida cívica y trabajó un tiempo en el pueblo de Caimanera. Más tarde regresó a Guantánamo, donde trabajó como administrador de almacenes de una empresa que producía muebles. Allí pudo verificar que durante la pandemia de coronavirus las cifras oficiales que proporcionaba el gobierno cubano no tenían nada que ver con la realidad. Se dio cuenta de eso al ver que a pesar de que la empresa donde trabajaba producía unas grandes cantidades de ataúdes, éstos se agotaban prácticamente enseguida.
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