“Propiamente Cuba es una prisión. Cuba es una prisión rodeada por agua por todas partes. La cerca es inmensa, tiene noventa millas, la más cercana. Y setenta y siete la de Haití, pero a nadie se le ocurre ir a Haití. Están las cercas que cuando yo llegué tenían once piés de largo. Eran altísimas. Hubo un periodista canadiense que sacó las fotos de las cercas de las UMAP. Una cosa curiosa… las cercas de unidades militares se ponen hacia afuera, nuestras eran al revés, eran hacía dentro. (…) Eran catorce pelos de alambre de espinos cruzado y un guardia en la esquina opuesto a esquina para tener los ángulos de vigilancia que nadie pudiera saltar la cerca. Nosotros estamos presos allí con cerca de alambre de espinos. Pero hay una prisión mayor que es la mental. Porque si yo me escapo les voy a perder a mis padres que van a tratar de protegerme y cómo les voy a involucrar en esto. ¿Cómo puedo salir yo de Cuba si no conozco a nadie para poder salir? Eso son los tres niveles, y el mental es el mayor de todos. Nosotros podemos estar libres en la calle, y mientras tengamos el rencor y el odio que nos sembraron ellos, somos prisioneros del odio.”
“Nosotros eramos un material desgastable, pero nos mataban de una manera más discreta. No había ejecuciones masivas, aunque hubo un fusilamiento dentro de las UMAP que mucha gente no lo sabe. En UMAP hubo 97 muertos por suicidio.”
“Nadie sacó la norma ese día, porque teníamos un compañero, que yo lo conocí a los tres días cuando llegué. Esta persona tenía leptospirosis. Es una enfermedad que a veces la producen todos los ratones. Allí los ratones… durmiendo nos caían arriba. Y entonces esta persona cogió esta enfermedad y tenía fiebre que reventó un termómetro y escalofríos, sudaba, tenía la hamaca llena de sudor. El teniente decía que él estaba guiado, la palabra guiado quiere decir que es fake, falso. Y esta persona estaba en las últimas. Y nosotros hicimos el paso de jicotea. Pero ese día como nadie sacó la norma, nos tuvieron hasta que se hizo de noche en el campo. Salíamos de sol a sol. Y cuando entramos a la unidad nos dijeron dejar los machetes. Y cuando dejamos los machetes nos damos cuenta de que estamos rodeados de guardias con fusiles. Por cierto, fusiles checos. Y entonces cuando estamos rodeados viene el jefe del batallón y nos dice: ‘Ustedes se dan muy de hombrecitos todo, de muy machos. El campo de los homosexuales sí sacó la norma y ustedes no.’ Me acuerdo que había un santiaguero que pedió un permiso y dice: ‘¿Me permite jefe del batallón? – ‘¡Sí, diga, hable!’ – ‘Mientras que nos sigan matando aquí nadie saca la norma. Lo único que pedimos es que llevan a nuestro amigo al médico.’ Entonces el jefe dijo: ‘Sí, llévenlo pal vertiente.’ Lo cogimos, lo sacamos de la hamaca, lo tiraron al camión lleno de fango y lo llevaron al vertiente. Allí estaba trabajando un médico castigado de La Habana, se llamaba el doctor Tablada. Al sanitario que fue con él de la compañía nuestra que era una persona que había sido un boticario en Guantánamo le dijo: ‘Que me han traído un cadáver. Llévenlo al hospital de Camagüey.’ Lo llevaron al hospital de Camagüey y allí no duró cuatro horas.”
Solamente lo dejaban en la barraca, no iba a trabajar, si se daba un machetazo. Y yo vi a personas automutilarse. Había un muchacho que le decían el cirujano que tenía un machete bien afilado y la gente se ponía de acuerdo. Le decía: ‘Oye, por favor, quiero descansar, porque no soporto más esto.’ Entonces cogían el pantalón, lo picaba, cogían la pierna, ponían el machete y con la lima le daba y se hacía un tajo. Y vino uno a decirle: ‘Oye con esto no me dan ni un día viejo. ¡Tú corta más! Y amplia la herida pa que me dieran por lo menos tres días de descanso.”
“Digo que es una farsa (las UMAP), porque resultó ser campo de concentración. Y en estos campos de concentración yo vi cosas que nunca me imaginé poder ver. El despotismo, el abuso, el maltrato, dejar morir una persona por falta de asistencia médica, por el mero capricho de una persona con poder. Y eso me dejó marcado, porque es como coger un papel y estrujarlo, que después por mucho que se quede a alisar, siempre quedan las marcas.”
“En este momento había el problema de las bombas que estaban poniendo en La Habana. Nosotros estábamos cerca del muelle, y de allí sentimos una explosión. Era el cañonazo de las nueve. En La Habana se tira un cañonazo a las nueve de la noche desde los tiempos de la colonia para indicar que a esta hora se cerraban las puertas de la fortaleza para que la gente no entrara y los piratas no podían entrar. Pero yo no me acordaba del cañonazo de las nueve y sentí la explosión, y ‘¿Patitas pa que te quiero?’ Empecé a correr. Mi mamá dijo: ‘¡Oye no, no!’ Se vivía esta situación y esta inestabilidad emocional.”
José Caballero Blanco nació el 15 de junio de 1947 en el Cojímar, en aquel entonces un pueblo de pescadores cerca de La Habana y hoy en día una parte del reparto de La Habana del Este. Sus ancestros habían trabajado desde hace mucho tiempo en el muelle de la capital cubana. A pesar de ser un hijo de una familia humilde pudo estudiar en una escuela privada gracias a la amistad de su madre y la directora de la escuela. Después del triunfo de la Revolución participó brevemente en la campaña de alfabetización. Sin embargo, su familia no tardó mucho en darse cuenta del carácter de la Revolución y su padre empezó a preparar su salida de Cuba. Esta no pudo convertirse en realidad debido a la Crisis de los misiles y la posterior suspensión de todos los vuelos entre Cuba y Estados Unidos. José era un católico practicante y además intentó salir del país. Por eso fue considerado inepto para participar en el servicio militar obligatorio y en vez de ello le mandaron a los campos de trabajo forzado y reeducación que se conocen por las letras UMAP – Unidades Militares de la Ayuda a la Producción. Allí pasó en total ocho meses y fue testigo del maltrato y las miserables condiciones en el campo. Las experiencias que vivió a lo largo de su internación le impactaron mucho. Vio morir a una persona por una falta de asistencia médica y sufrió una grave escasez de comida. A causa del trabajo duro se quedó inválido durante seis meses después de su salida de las UMAP. En 1980 se fue junto con su familia de Cuba a través del puerto Mariel. Desde entonces vive en Miami donde crió sus dos hijas.
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